Fotografía de Alejandra Nogales. |
Habanera
En Habanera, desde las confesiones nostálgicas, traviesas, o dolorosas de una actriz Maritza Núñez nos invita a sondear en en el alma humana. Es un monólogo edificado con brillantez. Un bello homenaje al teatro y a la vida.
III
Qué mal lo pasé cuando te fuiste. Tu hija Pepa, porque hay que ver cómo se parece a ti, se marchó al campo con sus amigos.
— Es que me deprimo, madre.
Claro, la pobre tenía que distraerse, y yo me quedé. Las madres siempre nos quedamos. Había noches en que te hablaba, hablaba sola como los locos. Es que me hacías una falta, José, que no veas. Por eso me dolió tanto enterarme. La verdad es que creí que nunca te perdonaría, pero bastante tienes con estar muerto, pobrecillo.
Fue en el funeral, cuando tu compadre Salvador pronunciaba unas palabras de despedida. Que eras un gran hombre, siempre dispuesto a tenderle la mano a los amigos y lalalá. Fue exactamente cuando él decía “a los a-mi-gos”, que la pelirroja se echó a llorar.
Me acerqué a ella sin llamar la atención y la muy golfa aumentó el llanto como una plañidera, ¡como una amante desconsolada! ¡Y no me niegues lo de amante!, sin mentiras, José, por favor, que me pongo mala.
Lo supe cuando levantó la vista y le planté los ojos. En su mirada estabas tú, en sus ojos vi los tuyos mirándola enamorados, no veas cómo me puse pero me controlé. Ni le hablé, ¡no le iba a dar yo ese gusto!
A la pelirroja se le cortaba la respiración, sus senos suspiraban, invitaban a que la consuelen, ¡puro morbo, la muy sinvergüenza! Imaginé cómo te hacías dar la teta por ella, ay, José, ¡hacerlo con una golfa! ¡Igual que conmigo!
— Dale teta a tu borreguito, a tu ternero malcriado. Dale lechita a tu José.
¡Te odié! Hubiera deseado ahorcarte, ahí mismo, ¡delante de tu pelirroja!
Tu compadre Salvador terminó su discurso y se me acercó. En ese momento hablaba el cura, pues ya faltaba poco para que te enterraran. Me ardía la sangre, la pelirroja lloraba como histérica, erguía los senos pensando en ti. ¡Y no me lo niegues, José, que me pongo mala!
Tu compadre Salvador me sujetó del brazo con fuerza porque se dio cuenta de que me iba a desmayar, y en ese momento tuve unos deseos pecaminosos. ¡Deseé que tu compadre me hiciera el amor ahí mismo! Quítame la ropa, haz lo que quieras conmigo, ¡muérdeme los pechos hasta sacarme un grito… que me ahogo!
En ese momento bajaron tu ataúd y yo me eché a llorar como poseída. Lloré rabiosa para que la pelirroja se diera cuenta de que yo era tu mujer, tu única viuda, ¡la legítima!
Lloré porque me daba lástima que te quedaras ahí, entre tanto gusano y a oscuras, ¡aunque bien merecido te lo tenías! Lloré y me puse a temblar porque me habías engañado con una golfa, y porque tu compadre, con sus dedos sudorosos hundiéndose en mi brazo, me había devuelto la ansiedad juvenil.
¡Y no te pongas celoso, que tú tuviste la culpa!
© Maritza Núñez
(Primera escena del monólogo Habanera.)